-
Arquitectos: IUA Ignacio Urquiza Arquitectos
- Área: 850 m²
- Año: 2020
-
Fotografías:Onnis Luque
Descripción enviada por el equipo del proyecto. La Reserva El Torón se localiza en las costas de Oaxaca, en la punta sur del Pacífico mexicano y a pocos kilómetros de Mazunte, entre las playas de Mermejita y Ventanilla. Se trata de una extensión protegida de 30 hectáreas que se caracteriza por su vegetación cambiante y su topografía accidentada; sus cerros y acantilados dan lugar a espacios de difícil acceso y de belleza natural única.
La casa en El Torón es la primera diseñada dentro de esta reserva, y su concepción partió de dos premisas que nos permitieron cuestionar y repensar la vivienda de la costa. La primera de ellas fue la del respeto máximo al sitio y, la segunda, buscar entender y aprender de la arquitectura vernácula y contemporánea de la zona, que representa tantos años de saberes y experiencia y que suele tener una funcionalidad inigualable.
Contexto. Desde los años setenta, arquitectos como Marco Aldaco, Mario Lazo, Diego Villaseñor y José Yturbe nos presentaron una «nueva arquitectura de mar» sin puertas ni ventanas que generaba una estrecha relación con la naturaleza y al mismo tiempo transportaron los gestos de la arquitectura tradicional de la costa a grandes proyectos arquitectónicos: el uso de las palapas, los materiales locales, la ventilación cruzada, los pisos claros, son algunas de las estrategias de diseño que hoy damos por sentado y al mismo tiempo un conocimiento que tiene que estar presente en cualquier diseño de playa. Repensar la vivienda de la costa no es una tarea fácil; cuestionar sus bases y su futuro es un trabajo que corresponde a nuestra generación, que debe buscar el balance en su desarrollo y evolución tomando en cuenta la interacción de lo global y su relación con lo local.
En pocos meses del año 2020 pudimos ver un crecimiento desmesurado en el número de desarrollos que se están llevando a cabo a lo largo de las costas de nuestro país. La explotación de terrenos comunales o ejidales para convertirlos en propiedad privada ––en desarrollos de vivienda vacacional o de fin de semana–– es algo que difícilmente se podrá llevar a cabo de una manera sana y ordenada dentro de los próximos años. Es por eso que la responsabilidad de los arquitectos y diseñadores ––sin mencionar la de los desarrolladores–– debe ser llevada con necesaria congruencia. De nosotros depende el futuro de la costa; que su flora, fauna y paisaje sean tratados de una manera cuidada y responsable. Es necesario implementar ideas de arquitectura y urbanismo con fines regenerativos; hacer de los sitios mejores lugares y buscar preservar sus valores: no sólo conservar su estado actual si no regresarlos a lo que una vez fueron, a una mejor condición que como los encontramos hoy.
Lamentablemente, estamos frente a un urbanismo costero fallido, con un esquema de microlotificación dañina que no hace más que transformar al entorno deteriorando sus condiciones medioambientales y buscando la mayor rentabilidad económica; que nos regresa a esquemas similares al de contextos urbanos y no al entendimiento de estas zonas en cuestión. A la par, nos encontramos con proyectos de arquitectura incongruentes, acelerados y deslindados del lugar y el momento en el que se insertan. Dicho esto, ¿cómo podemos mejorar la manera en la que se están haciendo las cosas? ¿Cómo podemos pensar en una arquitectura que ayude al cambio de esta dinámica? ¿Qué valores son los que deben estar presentes en los futuros proyectos de playa?
Es claro que se deberían potenciar políticas públicas que garanticen una planificación territorial adecuada para el lugar. Sin embargo, si esa planificación aún no existe, creemos que es necesario interactuar de manera congruente con el entorno y pensando en el bien común. Intervengamos los espacios con arquitectura lenta y tranquila, viendo por el cuidado de nuestro entorno. Una arquitectura que por primera vez ponga en primer plano al contexto ante el usuario. El proyecto. Para la casa en El Torón pensamos en una arquitectura ligera en donde cuestionamos la escala, la relación física entre contexto y arquitectura y el uso de algunos elementos, como la palapa; una arquitectura donde imaginamos habitar sólo en terrazas o en una empalizada costeña. Una arquitectura que «tocara» lo menos posible el sitio y, donde lo hiciera, que fuera de la manera más cuidadosa y respetuosa posible.
Para la construcción, utilizamos sólo materiales locales; maderas certificadas y tropicales para la estructura y cancelerías, piedra del sitio ––muchas veces producto de la excavación–– para las cimentaciones y muretes de contención, y estuco y barro de la zona que no requieren mayor mantenimiento. El sistema estructural, compuesto de madera y concreto, forma marcos con módulos de 4.80 m que cargan losas ligeras en cada uno de los volúmenes, las cuales están recubiertas con la pedacería de los trabajos de piedra, lo que le otorga una cualidad térmica que, en conjunto con el diseño de la cancelería, minimizan el uso energético para enfriar los espacios.
En el proceso de construcción no se utilizó maquinaria, todos los materiales se transportaron en una cuatrimoto y un remolque, circulando por pequeñas veredas preexistentes. El paisaje perimetral fue acordonado durante la obra y el 80% de la vegetación que se encontraba dentro de los desplantes del proyecto fue replantada en los alrededores de la casa. El programa del proyecto se encuentra fraccionado en tres módulos principales, diseñados por separado y de manera independiente. El primero contiene las áreas comunes en planta alta, y la habitación principal y un estudio en planta baja. En el segundo están las recámaras de visitas y el tercer módulo es un pequeño volumen de dos niveles con dos recámaras en planta baja y áreas comunes en su planta alta.
Después de su trazo en sitio, el proyecto fue articulado por plazas, andadores y caminos abiertos que permiten circular el conjunto de una manera fluida. La planta de conjunto es resultado de este proceso y fue el último dibujo que se realizó. El hecho de separar el programa nos permitió acomodar las piezas en el terreno de una manera más libre y, al trabajar con volúmenes independientes, pudimos controlar la escala de la casa, respetar la vegetación existente y dar a cada espacio del programa la privacidad adecuada y vistas particulares. El resultado es una serie de espacios intermitentes; interiores, exteriores y exteriores techados que se funden en el paisaje y que permiten que la arquitectura desaparezca en una relación ambigua entre lo natural y lo artificial dentro de un panorama continuo de espacios inalterados.